LA GARNACHA, LA UVA NACIONAL
( José Peñín)
¿Quién apostaba por la garnacha hace 25 años? Nadie. Frente a la envidia hacia unas uvas inalcanzables como eran las bordelesas, la tempranillo solo florecía como un patrimonio de ese rioja vestido de frac que todas las zonas españolas querían imitar. El vino con boina era la garnacha, esencia de cisternas, garrafones, vasos tabernarios y consorte de la blanca airén en tierras manchegas. Era el retrato de la España del granel, del vino anónimo.
Con este encabezamiento escribí hace 11 años un artículo sobre la garnacha que entonces comenzaba a ser meditada por los enólogos punteros. Hoy es una realidad cristalizada en un ramillete de marcas que se hallan en el cielo del palmarés español. Para mí, la garnacha es la tinta nacional, más que la tempranillo, que en los Ochenta se fue ensanchando por toda la geografía nacional por considerarse que el factor esencial de los grandes vinos riojanos se podría extender al resto de las zonas, cosa que no ha ocurrido. La uva tempranillo que se cultivó en Cataluña, sobre todo en el Penedés, ha resultado ser una variedad hueca, sin expresión y diluida por los elevados rendimientos del viñedo catalán. En Extremadura y sobre todo en La Mancha, el recuerdo de los escasísimos e históricos cencibeles de aquellos años (uva más tardía y, por lo tanto, adaptada al clima cálido de la zona) nada tenía que ver con los tempranillos cultivados en los últimos años, cargados de excesivas notas de sobremaduración y escasa expresión varietal. En Jumilla fue un fracaso cuando la introdujo en aquella década la entonces innovadora bodega Carchelo y, para colmo, entró de puntillas en el feudo de la garnacha-llicorella del Priorat con idénticos resultados. El desastre mayor fue la casi desaparición de la garnacha en favor de la tempranillo en la Rioja Baja, en la Navarra media y en su Ribera Baja a orillas del Ebro. En la primera, la tempranillo es simple e inexpresiva y en la segunda, ésta misma se ha tenido que sustituir por las variedades francesas. Esta fue otra plaga que “asoló” el viñedo español cuando nuestros vecinos estaban orgullosísimos de plantar en vaso (no en espaldera) las españolas “murvedre (monastrell), grenache (garnacha) y carignan” (cariñena) desde los tiempos del Reino de Aragón. Uvas tintas que llegaron a ser las más cultivadas en Francia después de la ¡¡cabernet sauvignon!! Así pues, sólo la tempranillo es sublime en la Rioja y en la Ribera del Duero. De las 48 marcas con 95 y más puntos en la Guía Peñín 2013 únicamente dos no pertenecen a estas dos zonas. Hasta 1985 la garnacha era la variedad tinta mayoritaria en nuestro país. Incluso en la Rioja, su extensión superaba a la variedad riojana, más por su fácil cultivo que por el reconocimiento de su calidad. Una uva resistente a las tempestades y enfermedades, capaz de dar un fruto seguro sin que el cosechero dejara de jugar la partida en el bar del pueblo. Cepas “olvidadas” en la viña hasta el momento de la vendimia. Sin duda, era el resultado de una maduración tardía, perfecta para un clima cálido como el nuestro. Una cepa que, al terminar su fermentación, adquiría una “mayoría de edad” por su carácter de vino maduro y entero. Era la reina de la suavidad en unos años que los taninos no estaban bien vistos. Era una uva necesaria pero no admirada. En la Rioja era despreciada en los Gran Reserva por su corta vida en los procesos de envejecimiento, al tiempo que era la trampa mezclada con tempranillo para dar a la cosecha joven “el pego” de vino más pulido y viejo de lo que realmente era. Cuando me la encontré en los años Setenta por primera vez (en el vaso en vez de la copa) aparecía con un color granate de medio color, con brillos algo apagados, propio de las excesivas permanencias en los grandes depósitos de cemento, apenas sostenido por las grandes dosis de anhídrido sulfuroso que, con el tiempo, se combinaban en el vino, dando un matiz entre cocido y metálico con un aroma vinoso, sin fruta y sobre todo con un permanente rasgo de evolución o minienranciamiento. Hoy felizmente nos reencontramos con esta uva nuestra. Se ha descubierto que la garnacha fue la víctima más sufridora de los miedos y de las malas elaboraciones de antaño. La fermentación controlada nos descubrió unos aromas llenos de fruta y carácter que pueden perdurar más tiempo en los depósitos; las maceraciones largas y un mayor control de las mismas nos desvelan unos colores y unos taninos más sólidos, facilitando unas crianzas más seguras que las de antaño.
LAS MIL GARNACHAS
Es cierto que la garnacha no comulga con elevados rendimientos y la viña debe tener sus años para ofrecer complejidad y riqueza de matices. Sin embargo, es una vinífera que recoge el carácter del suelo y del entorno de un modo más nítido que otras variedades, hasta el punto que podemos contemplar toda una serie de retratos diferentes de la misma uva que parecen proceder de variedades distintas.
Cuando comentaba el arranque de la garnacha en la Rioja Baja, es decir, el eje Logroño-Alfaro, un superviviente como el francés Olivier Rivère elabora en Lardero una garnacha como Alto Redondo 2010 (95 puntos Guía Peñín) que recoge la madurez y terrosidad de una geología cálida. Álvaro Palacios, en Alfaro, sólo logró alcanzar la plenitud en sus vinos riojanos cuando hace poco adoptó la garnacha en una de sus marcas al cien por cien. Incluso L’Ermita del Priorat, con garnacha total, ha logrado su mejor calificación. Otra visión de esta casta es la de Gredos, ya sea en el Alto Alberche, como en la zona de San Martín de Valdeiglesias o al norte de la D.O. Méntrida, despuntando la “borgoñona”, fresca y silvestre mineralidad de Ataulfos 2010 (95GP) de Jimenez-Landi, Bernabeleva Viña Bonita 2008 (94GP), 7 Navas Finca Catalino 2009 (94GP) y otros más donde, en su conjunto, reúnen el mayor número de altas puntuaciones de la garnacha en un territorio pequeño y escarpado donde se juntan Toledo, Madrid y Ávila. Si queremos probar una garnacha frutal, fresca y a la vez carnosa Domaine Lupier El Terroir 2009 (94 GP) y Santa Cruz de Artazu 2009 (95GP) de los de Artadi en Navarra. Una garnacha más potente, densa, telúrica, con expresión frutal madura, la encontraremos en El Aquilón 2009 (96 GP) del Campo de Borja. Si queremos una garnacha elegante, mineral, con fruta fresca la descubriremos en el Priorat con L’Ermita 2008 (96GP). Por último, si nos place saborear la elegancia, sutileza y la expresión frutal de la garnacha de zonas calizas, nada mejor que L’Espectacle 2009 (96 GP) de la zona de Montsant. La garnacha presente en 23 vinos es, en la actualidad, la variedad más puntuada en la G.P. después del mítico tempranillo riberoriojana. La garnacha es el secreto mejor guardado en Australia, siendo la variedad más abundante después de la shiraz; en el Coteaux du Languedoc y Rousillon es la más mimada; en Chateauneuf-du-Pape la garnacha es señora de la sabia mezcla de uvas. Afortunadamente, los aragoneses se han quitado de encima el complejo del tinto macho y recio de la garnacha, exhibiendo su nombre en algunas etiquetas como un relumbrón varietal al modo californiano. El único infortunio es que en el mundo no se la conoce como garnacha, sino como grenache, incluso en Latinoamérica. Es el tributo a la parca universalidad de nuestros vinos.
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